domingo, 12 de julio de 2009

¿Se trabó el trabajo?

El valor del trabajo

Claramente, el trabajo es valioso, en sí mismo. Lejos de ser un “castigo”, forma parte de la digna condición del hombre (Gn. 1, 28; 2,15). En primer lugar, salta a la vista el valor económico que tiene para el individuo que trabaja, el valor de la legítima remuneración, en la medida que es la fuente primaria de ingresos para poder cubrir las propias necesidades. No debemos obviar, más allá de lo económico, el desarrollo personal que implica el trabajo, la realización de las propias potencialidades.

A nivel social, también es altamente deseable que haya un elevado nivel de empleo. Ya A. Smith, el padre de la Economía Política, planteaba en el siglo XVIII que el origen de “la riqueza de las naciones” se debía básicamente al trabajo de su población. Además, hay que tener en cuenta el desarrollo científico, técnico, cultural, social, político que genera la actividad productiva del ser humano.

Hay muchos factores que influyen en la proporción de empleo en una sociedad, pero básicamente puede destacarse que, por un lado, cuantas más personas estén económicamente activas en una población, y, por el otro, cuanto mejores sean las expectativas para esa economía (en esto influyen ciertas condiciones sociales y políticas básicas para el desarrollo económico, como la cohesión y la movilidad social, la calidad en los liderazgos, etc.), más empleo habrá en esa sociedad y más se desarrollará económicamente. La efectiva distribución del ingreso es causa y efecto de lo anterior, por lo que debe buscarse una complementación entre crecimiento y reparto de la riqueza.

No debe olvidarse que, el mejor activo que un país puede tener a su favor es una población sana, territorialmente distribuida, educada y trabajadora. En este sentido los Centros de Formación Profesional constituyen una experiencia invaluable, por los beneficios directos que representan, y por los beneficios indirectos que reportan a la comunidad en la cual están insertos. Por otro lado, recuperan una rica tradición salesiana comprometida con el campo popular y el mundo del trabajo. Recordemos las numerosas escuelas agrotécnicas, o las escuelas de artes y oficios.

El trabajo y la inserción social

En los países de América Latina, se privilegia la inserción social por el trabajo, sobre todo por el vínculo que se establecía con una “corporación” (sindicato, gremio, consejo profesional, obra social, etc.) que incluso llegaba a dar un sentido de identidad. Esta inclusión se extendía por vía familiar a los más allegados.

Planteadas así las cosas, en principio harían falta políticas de promoción y apoyo al trabajo, desde la misma regulación del mercado laboral y la protección integral del trabajador, hasta un salario que represente un poder adquisitivo real significativo (analizando la distribución “funcional” o “sectorial” del ingreso, los ingresos “salariales” representan el 40 % del total de los ingresos generados en el país). También se necesitarían políticas de promoción y apoyo a la familia, como ser facilidades para el acceso a la primera vivienda de las parejas jóvenes, selección prudente y juiciosa de los mensajes y los contenidos emitidos en los Medios de Comunicación Social, contemplaciones especiales por maternidad y atención a los niños (no se suele considerar el inmenso beneficio social que representa el adecuado cuidado doméstico de los niños de muy corta edad), etc.

Finalmente, habría que asegurarse que la distribución de los beneficios al interior de la familia sea equitativa y solidaria (tratando de no postergar a los menores y/o a las mujeres, etc.), aspecto que no siempre ha sido tenido suficientemente en cuenta.

Actualidad laboral

Hoy en día, en la Argentina se puede ver una “brecha de calificaciones”: hay un mercado laboral calificado que está virtualmente en pleno empleo (prácticamente sólo hay un desempleo “friccional”, aquel que se manifiesta en el tiempo durante el que se cambia de trabajo, o se toma distancia por algún motivo puntual), mientras que en el empleo no calificado se sigue manifestando un núcleo duro de desempleo (básicamente “no calificado”, es decir, sin educación terciaria) del orden de 8,5 % de la población económicamente activa (un 45,6 % de la población total, lo que indica que 42,1 % de la población total está “ocupada”).

Estas cifras sintetizan muchísimas situaciones personales concretas, a las que podemos ponerles rostro concreto también: los jóvenes, las mujeres, aquellos que se han caído del sistema educativo formal obligatorio (secundario-polimodal incluido).

Nuevas carencias

Sin embargo, lo más llamativo hoy en día, es un fenómeno nuevo y preocupante: si bien podemos confiar en que el desempleo ha bajado sensiblemente en los últimos años (aunque está frenándose el ritmo de creación de empleos), en el 2007, ha habido generación de pobreza (según las estimaciones privadas que consideran una inflación más creíble que la divulga el INDEC), rompiendo la tendencia de los años 2003-2006 en los que también la pobreza había disminuido. Se estima actualmente que un 30 % de la población es “pobre”, o sea, 12.000.000 argentinos no podrían comprar los bienes y servicios básicos, cuya canasta está valuada (según algunas estimaciones) en $1.500 (aprox.) para una familia de cuatro personas, lo que representa un aumento en su valor de 25% para el año. De estos, según las estimaciones del Gobierno (las más optimistas, tanto que muchos descreen de ellas), al menos 2.500.000 ni siquiera llegan a cubrir satisfactoriamente sus necesidades alimentarias. De hecho, hace poco, bajo la consigna “El hambre es un crimen”, se difundió el escalofriante dato, pero real, de que 25 chicos menores de 5 años mueren por día, de hambre, en una Argentina con capacidad para producir alimentos para 400 millones de personas.

En otras palabras, sorprendentemente, hoy es posible estar ocupado y seguir siendo pobre (poco más del 25% de los trabajadores no logra superar la línea de pobreza). El trabajo ya no tiene la fuerza que tenía antes como factor de inclusión e integración social. Es uno de los fenómenos incluidos en lo que se conoce como “nuevas pobrezas”. Concretamente, esto se debe a los trabajos precarios, mal pagos (cerca de un 40% de los ocupados tienen un trabajo pagado por debajo del mínimo), inestables, poco regulados/protegidos, numerosos casos de subempleo (trabajos en los que se trabaja en total menos de 35 horas semanales, y se desearía trabajar más). Así las cosas, muchas personas podrían estar agregándose al mercado laboral “añadidas” por necesidad familiar, antes que “alentadas” por las buenas condiciones, expectativas favorables, etc.

Asistencia, inclusión y promoción

Los años inmediatamente posteriores a la gran crisis social vieron surgir una multitud de subsidios a personas carenciadas, bajo distintos nombres. A fines de 2007, por ejemplo, casi 1.500.000 personas recibían una ayuda de $150 (cifra que ha quedado bastante diluida, considerando la inflación habida entre 2002 y lo que va de 2008): Estos planes son medidas asistenciales, que, si bien son necesarias en lo inmediato, en la medida que estén bien focalizadas hacia los más necesitados, no alcanzan para restituir la dignidad subjetiva, en el orden personal, ni llegan a constituir una salida de largo plazo, en el orden socioeconómico.

El plan asistencial básicamente es una “ayuda” que se le da a una persona, debido a su condición de “carenciado”, es un “parche” a un “régimen de bienestar” (basado fuertemente en el trabajo y la familia) que no supo contener a este “caído” del sistema. Sin embargo, muchos postergados de hoy en día forman parte de una “masa marginal”, que no es tenida en cuenta por el mercado laboral ni siquiera a los efectos de disminuir el salario real (como sucedía con el clásico “ejército industrial de reserva”). No olvidemos agregar las numerosas “marginalidades” que se establecen por edad (jóvenes, jubilados), por sexo, por nacionalidad, por adicciones (alcohol, drogas), por condición sociocultural, racial, etc. y veremos seriamente lesionado el principio democrático de la equidad.

Dada la actual dinámica social, laboral, económica y política, cabría explorar otras alternativas, otro “regímenes de bienestar”. En los países anglosajones, por ejemplo, se le da primacía al mecanismo de mercado para resolver el problema de la inclusión: uno está incluido en la medida que está insertado en los circuitos de producción y consumo. Otra experiencia, quizás más interesante y útil para nosotros, aunque difícil de implementar, es el modelo escandinavo (Suecia es el país que suele citarse como ejemplo). En este modelo, las personas son incluidas socialmente por ciudadanía (no por “necesidad” puntual del potencial beneficiario), es decir, hay una gran presencia del Estado, a la hora de cobrar impuestos, en primer lugar, y también a la hora de brindar bienes y servicios de calidad (empezando por la salud y la educación públicas), en forma equitativa y solidaria a amplias capas de la población, más allá de su cercanía familiar o legal con un trabajador, a la hora de asegurar un ingreso más uniforme, que atenúa las desigualdades, etc.

Mientras seguimos intentando mejorar el nivel y la calidad de empleo, y la solidez de la familia, ejes vertebradores de nuestra sociedad, también deberíamos reflexionar sobre la conveniencia de reforzar la dimensión “ciudadana” de las políticas públicas, destinadas a la atención general del común de la población, más allá de las acostumbradas acciones “asistenciales”.

Rafael Tesoro

rafaeltesoro@argentina.com

Julio de 2008

Fuente de los datos: diario Clarín y RSH-Macroeconomica

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