domingo, 12 de julio de 2009

Hablemos de la pobreza.

Día a día, vemos cómo los pobres son objeto de comentarios y análisis varios. De hecho, solemos hablar de “opciones preferenciales por los pobres[1]”. Pero, ¿cómo podemos determinar, con cierto criterio, la “pobreza” de un individuo o de un grupo humano?

Existen varios enfoques: es bastante conocido el método “directo” de las Necesidades Básicas Insatisfechas[2], considerándose como “pobre” a aquel individuo cuya familia no llega a satisfacer alguno de los requisitos considerados. En este sentido, la probable extensión de la obligatoriedad a la educación secundaria-polimodal reconocería próximamente la “pobreza” de los hogares con jóvenes que no concurren a la escuela, una situación que hoy no se consideraría en las cifras...

Todavía más conocido es el método (al que podríamos llamar “indirecto”) de las líneas de indigencia y pobreza: a través de diversos cálculos, se llega a un monto considerado suficiente para alimentar al grupo humano que se considere, por lo general, dos adultos y dos menores. Así se llega a la cifra que marca el límite hipotético de la “línea de indigencia” (hoy por hoy, ronda los $400 para una familia tipo). Multiplicando este número por un coeficiente (que mide la relación entre gastos no alimentarios y alimentarios) se llega a otra cifra que marca la “línea de pobreza” (actualmente en torno a los $900 para el mismo grupo al que hacíamos referencia), es decir, el monto mínimo que ese mismo grupo humano necesitaría no sólo para alimentarse, sino además para algunas otras necesidades como vestirse, movilizarse, etc. De esta manera, se estima actualmente que un 11,2% de la población argentina es indigente (4,3 millones de personas), mientras que un 31,4% es pobre (12,1 millones de personas).

Es necesario aclarar que esta metodología es bastante cuestionada, ya que muchos de las consideraciones y cálculos están hechos en base a costumbres y pautas de hace 20 años atrás, por lo que se cree que estas cifras no llegan a expresar los recursos que verdaderamente se precisarían para cubrir las necesidades apuntadas.

Así, desde sectores no gubernamentales, se hacen estudios sobre la “canasta familiar”, esto es, el monto que realmente precisa una familia tipo para satisfacer todas sus necesidades (incluyendo el acuciante problema de la vivienda, la salud, las comunicaciones, acceso a la cultura, etc.) y continuar con su vida cotidiana: La cifra se estima cercana a $2200...

Aún así, estas cifras (tan cuestionadas) pueden servir como punto de apoyo para hacer una comparación o un seguimiento en el tiempo: Podemos apreciar que hubo un pico en los indicadores de pobreza e indigencia en el año 2002, en plena crisis, para luego ir disminuyendo (ver gráficos). Esta disminución ya se está frenando y está volviéndose más difícil la futura reducción de la pobreza en la Argentina.

Otro aspecto a señalar es que todos estos indicadores consideran a la pobreza como un dato “absoluto”: se es “pobre”, o no, sin relación a la situación de los demás. Podríamos considerar de qué manera se forman socialmente las necesidades, y pensar que uno percibe e interpreta su situación en “relación” a la situación de los demás[3]. La consideración “relativa” de la pobreza nos introduce a la crucial discusión por la distribución del ingreso en la Argentina, y a la realización de la equidad como valor ético y político. Cuando la mejoría económica no empieza por los más postergados, se agrava la pobreza “relativa”...

Esta discusión es muy importante en nuestro país. En primer lugar, porque somos parte de América Latina, y nuestro sub-continente es el más desigual del mundo, incluso más que África (es uno de los efectos “perversos” de la pobreza: en África, continente más pobre en términos absolutos, el ingreso está más igualmente repartido). Pensemos las “fotos” concretas de la pobreza, tan conocidas en nuestra sociedad (¿las “re-conoceremos” cabalmente algún día?): El auto importado circulando al lado del cartonero, la “villa miseria” a pocas cuadras del country-barrio privado, el pequeño trabajador rural dificultado ante las grandes corporaciones y los grandes latifundios, circuitos diferenciados de educación con escuelas para pobres y escuelas para ricos. La ostentación de riqueza muy cerca de las necesidades largamente postergadas. Asumámoslo: como sociedad, nos hemos acostumbrado a mirar a la pobreza y a la escandalosa desigualdad con ojos rutinarios... sin asombrarnos ya más.

Diversas medidas estadísticas[4] muestran cómo la sociedad argentina ha perdido características que supieron enorgullecernos sanamente: cierta “cercanía” social y económica entre los distintos sectores sociales, clases “medias” más robustas que las actuales, etc. Si bien nunca nos caracterizamos del todo por una clara cohesión o por una notable movilidad sociales[5], podemos concluir que ahora estamos más lejos de poder lograr esta condición básica para el desarrollo de cualquier nación. En efecto, desde la década del ’70, se ha perdido, sin prisa pero sin pausa, cierta equidad que nos destacaba dentro del continente sudamericano. La desigualdad económico-social fue acentuándose, con algunos vaivenes y un “salto” transitorio pero fuerte en la hiperinflación de 1989, desde entonces hasta la fecha. Hoy, el 10% más rico del país percibe más de 30 veces lo que percibe el 10% más pobre...

Todavía podemos establecer otra perspectiva para estudiar la pobreza, si introducimos una definición “subjetiva” de pobreza: “pobre” es la familia que considera que sus ingresos no llegan a cubrir sus necesidades básicas o cuyos ingresos no llegan a una cifra estimada por encuestas (realizadas en la misma población) como necesaria. Esta perspectiva, si bien pierde objetividad, restituye una valiosa dimensión de los individuos como “sujetos”, capaces de vivenciar las situaciones de un modo muy personal.

La pobreza tiene “rostros” concretos de excluidos que acentúan la condición que atraviesan: la pobreza tiene cara de mujer (para casi cualquier categoría ocupacional, la mujer gana menos que el varón por igual tarea, sufre aún más en el interior de los hogares machistas), la pobreza tiene cara de niño, de joven (en el interior de las familias podríamos estudiar cómo se reproducen patrones de marginación y postergación en la distribución “familiar” del ingreso, de trabajo infantil), la pobreza tiene cara de aborigen (ignorados social y culturalmente desde hace tanto tiempo), y así podríamos seguir...

Las personas pobres son las que más sufren problemáticas que a veces suelen ser consideradas como preocupaciones de otros sectores sociales: Los problemas ecológicos impactan sobre todo en la salud de los sectores más humildes, la falta de seguridad se lleva vidas de jóvenes pobres (incluso en asaltos de muy poca monta), la ausencia de controles atropella los derechos y la integridad de los sectores más populares, como pasa en muchos espectáculos deportivos o artísticos, actividades masivas, etc.

Para combatir la pobreza, hacen falta acciones en distintos planos:

  • desde la asistencia directa a quien atraviesa necesidades urgentes,
  • pasando por la educación, la formación, la capacitacion de las personas,
  • hasta llegar a la instancia de las decisiones políticas, de las reformas más estructurales.

Dependiendo cómo entendamos la “pobreza”, podemos registrarla de distinta manera, y diseñar políticas alternativas para paliarla: la creación de un ingreso “ciudadano” (no “laboral”), el retorno de un Estado cuya acción sea redistributiva, una reforma tributaria (que golpee menos los bolsillos de los consumidores, en especial los más desfavorecidos), una acción más eficaz en salud y educación públicas, planes de vivienda, créditos “blandos” o subsidios a actividades estratégicas o creadoras de empleo...

El año que viene es un año de elecciones: Sería bueno que, como ciudadanos, crezcamos en conciencia política y tomemos nuestras opciones con un criterio social, buscando genuinamente el bien común. Cuando votamos, no podemos hacerlo como si fuese una opción estrictamente “individual”, como cuando compramos un producto en el mercado. En este sentido, votar no es una simple “expresión de preferencias particulares”, sino una decisión del pueblo como tal. Es importante, por lo tanto, que tengamos a nuestros hermanos (y ciudadanos) necesitados presentes, no sólo en nuestros emprendimientos solidarios, sino también a la hora de evaluar las distintas alternativas políticas que se nos presentan.


Rafael Tesoro

rafaeltesoro@argentina.com



[1] Es cierto que la “pobreza” de esta opción preferencial no es exclusivamente económica, pero en este artículo me referiré primordialmente a ella.

[2] A saber: 1) Hacinamiento: hogares con más de tres personas por cuarto, 2) Vivienda: hogares que habitan una vivienda de tipo precario; 3) Condiciones sanitarias: hogares con abastecimiento inadecuado de agua; 4) Asistencia escolar: hogares que tienen al menos un niño en edad escolar que no asiste a la escuela, 5) Capacidad de subsistencia: hogares que tienen cuatro o más personas por miembro ocupado, cuyo jefe no hubiese completado el tercer grado de escolaridad primaria. Cf. INDEC (2003), Mapa de Necesidades Básicas Insatisfechas

[3] Esto no tiene nada que ver con la envidia como actitud humana...

[4] La más conocida es el índice o coeficiente de Gini: varía entre 0 (perfecta igualdad) y 1 (un solo poseedor de la riqueza)

[5] Cf. A. Ferrer, La Densidad Nacional, Ed. Capital Intelectual, Bs. As., 2004

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