lunes, 15 de febrero de 2010

Bicentenario: memoria, presente y sueños.

Bicentenario: memoria, presente y sueños.

En 2010, se cumplen 200 años del Primer Gobierno Patrio, de la primera Junta consagrada por los revolucionarios de Mayo de 1810. Como suele suceder en la vida personal, los “grandes aniversarios” que nos dan los números redondos, refuerzan la percepción del paso del tiempo, más allá del simple hecho físico de registrar y medir el transcurrir “cronológico”. Con la propia percepción reforzada, se abre entonces una nueva dimensión del tiempo, la “oportunidad”, el “momento propicio” que origina posibilidades.

El Bicentenario nos pone en perspectiva de nuestra historia colectiva, con sus continuidades y discontinuidades, y nos permite hacer una re-lectura propia, una interpretación propia de los hechos de nuestro pasado. Esto no se limita a ser un gran repaso de la historia escolarmente transmitida, sino que implica comprenderla, tomar “conciencia histórica” de los hechos que condicionaron nuestro presente (influyendo en nuestras posibilidades actuales), de nuestro papel actual, de los horizontes que se abren ante nosotros , de los valores que pondremos en juego también “históricamente” en las decisiones que tomemos como sociedad, etc. Si la Historia es “maestra de vida”, pues debe serlo de “vida viva”, y no sólo de “vida fallecida”... En este sentido, conmemorar los acontecimientos que desembocaron en la declaración formal de “Independencia” en Tucumán en julio de 1816 debe llevarnos a identificar y profundizar los valores por los que se optó en aquellas circunstancias puntuales (incluyendo casos de ejemplaridad y heroísmo). Y esto servirá para ir construyendo en un mundo globalizado e “interdependiente” la “Independencia” del siglo XXI, para nuestro país y nuestra “Patria Grande”, la que formamos con nuestros pueblos hermanos[1] y que también ingresa en su Bicentenario...

No puede evitarse una comparación con nuestro primer centenario patrio: en 1910, era imperioso dotar de contenido más democrático a la república; en 2010, parece deseable recuperar en nuestra democracia el carácter republicano, en el sentido genuino del término, el de interés colectivo por la “cosa pública”, el de periodicidad y rotación en los mandatos, el de acceso fácil a información transparente sobre los actos de gobierno, el de igualdad jurídica, social, económica, política, con roles distribuidos, control ciudadano, etc.[2]

Puede apreciarse cómo 2008 fue el año donde la ciudadanía volvió a apreciar la importancia de las decisiones parlamentarias (con la crucial definición “no positiva” en torno a las discutidas retenciones “móviles” a las exportaciones agropecuarias), y celebró los primeros 25 años del actual período constitucional. 2009 fue el año en el que se despidió a un ex-presidente fuertemente asociado al retorno de la democracia y se realizaron elecciones legislativas de “medio término” en las que quedó más en claro la relevancia de las mismas.

2010 se nos presenta como un año para crecer en conciencia histórica y sentido de pertenencia a una sociedad, con todas las implicancias que esto puede tener... Para crecer en una mayor conciencia ciudadana y desembocar en una mayor “conciencia política” (considerada en el sentido amplio, el del compromiso con el Bien Común).

La política, como campo de acción de todos los ciudadanos, presenta varias facetas. Una tradicional distinción suele diferenciar la política “agonal” (rostro de “lucha” de la política) de la política “arquitectónica” (rostro de “integración” de la política). Siendo realistas, es claro que hay momentos políticos en los que se juega la acumulación de poder (la misma se vuelve legítima y encuentra justificación en vistas a un ejercicio del poder al servicio de la sociedad, especialmente de los más desfavorecidos). Previsiblemente, 2011 será un año de confrontación de ideas y proyectos. La política tiene aspectos de conflicto de intereses, y su explicitación, el procesamiento de los mismos mediante campañas, propaganda, debates, elecciones, etc. son necesarios.

Sin embargo, es deseable que, previamente a una sana y respetuosa contienda electoral, 2010 sea un año de diálogo en busca de consensos, un año de sentar bases para un proyecto de más largo plazo, soñando horizontes del 2020, 2030... Todavía más, el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas (que se realizará el 27 de octubre de este año) nos permitirá “fotografiar” mejor nuestro presente y “re-conocernos” como país mejor aún... Se nos ofrece la oportunidad no sólo coyuntural (por no ser un año “electoral”), sino histórica (por el Bicentenario), para poder establecer algunos consensos políticos básicos[3], metas compartidas como sociedad: disminuir las tasas de mortalidad infantil, terminar con el hambre (criminal) que sufren muchos niños en un país como el nuestro[4], erradicar enfermedades típicas “de la pobreza” como el mal de Chagas[5], elevar la calidad educativa que reciben nuestros jóvenes, asegurar la centralidad del trabajo decente, mejorar las redes de transporte e infraestructura territorial, facilitar los mecanismos de participación ciudadana, etc., etc.

Es claro que, en este sentido, las responsabilidades son diferenciadas. En primer lugar, los ciudadanos todos tenemos que volver a “querer saber”... Interesarnos, averiguar, es una primera condición necesaria para poder participar constructivamente[6]. Otro aporte importante es el intercambio de ideas y puntos de vista con los vecinos, familiares, amigos: hacer que la política no sea sólo una cuestión electoral, sino una variable importante, presente entre otras cuestiones que hacen a nuestra vida habitual. El sufragio es un momento “visible” del contenido popular de la democracia, pero debe estar precedido por varios momentos “invisibles” de comunicación, de debate, de participación y compromiso cotidianos para encauzar pacífica y racionalmente los justos reclamos.

Los líderes y dirigentes, por otro lado, tienen también una responsabilidad concreta, más expuesta, frente a sus conciudadanos. Desde los dirigentes locales, hasta los autoridades nacionales, desde los referentes sindicales hasta las cámaras de empresarios, consejos profesionales, los referentes intelectuales y religiosos, los comunicadores sociales, las agrupaciones sociales y barriales, todos ellos están en una posición que los pone al servicio del resto. La calidad de sus liderazgos se reflejará en la medida que sepan posponer intereses particulares, en búsqueda de acuerdos que permitan una mayor previsibilidad, en la medida que podamos tomar medidas y movilizar recursos para asegurar la cohesión y la movilidad sociales, en la medida que la paz se base en la justicia, en la medida que los derechos de las personas sean cada vez más consolidados.

Como conclusión, recordar y festejar el Bicentenario de nuestra Independencia nos vuelve a comprometer en nuestra soberanía y en nuestro deseo de no ser “súbditos” de nadie. Y nos recuerda que nuestro ser “honestos ciudadanos” no se limita hoy en día a “no violar la ley”, a mantener una “buena conducta” en términos individuales, sino que también implica hacerse cargo de la sociedad de la cual formamos parte y somos responsables y contribuir activamente a mejorar la calidad de vida de nuestros semejantes.

Rafael Tesororafaeltesoro2@yahoo.com.ar
[1] Cf. la opinión del ex-presidente chileno Ricardo Lagos, en Clarín (6-9-09), “Respuestas para este siglo, no para el anterior”, http://www.clarin.com/diario/2009/09/06/opinion/o-01993011.htm
[2] Cf. la columna del historiador y politólogo Natalio Botana, en Clarín (3-1-10), “La mejor batalla que debe librar este Bicentenario”, http://www.clarin.com/diario/2010/01/03/opinion/o-02112245.htm
[3] De hecho, socialmente ya hay consensos básicos en los planos jurídico y civil, tal como se expresa en la Constitución Nacional.
[4] Según la Red Solidaria, en un cálculo “conservador”, 8 menores de 5 años mueren de hambre por día en la Argentina, país que puede producir alimentos para casi 400 millones de personas.
[5] Aún actualmente, se estima que en la Argentina 2 personas mueren por el mal de Chagas por día.
[6] Las modernas Tecnologías de Información y Comunicación (TICs) están abriendo posibilidades y nuevas formas de civismo, tales como el “civismo digital”, vinculado con la informatización de la gestión pública y la participación ciudadana.

Orientación Vocacional: sobre mares y embarcaciones

Orientación Vocacional: sobre mares y embarcaciones

El origen del término “vocación” nos remite a un “llamado” que, sin embargo, no siempre se manifiesta “luminosamente”. Por el contrario, parecería no identificarse claramente cuál es ese llamado, por lo que suele terminar configurándose una situación de mucha presión al momento de tomar decisiones “vocacionales”. Muchos jóvenes suelen experimentarla particularmente al tener que “acertar” a un blanco que no termina de visualizarse claramente, tomando una decisión que se presenta como supuestamente irrevocable y definitiva. Las “brújulas” del barco, que deberían orientar, no siempre apuntan con claridad a una dirección nítida...

Esta situación se agrava cuando se consideran otros factores históricos y culturales que agregan aún más presión: el hecho de que los jóvenes que deben empezar a hacer elecciones “vocacionales” no han madurado del todo su misma personalidad (el sentido de su identidad), la prolongación de la “moratoria” que representa la adolescencia (con lo que se vuelve más difícil la aceptación de la responsabilidad personal sobre la propia vida), el hecho de que culturalmente se han debilitado algunas referencias institucionales y tradicionales, tales como la familia, la escuela, los sindicatos, los cuerpos profesionales, las iglesias, etc., la acentuación sobre la libre espontaneidad del sujeto (más allá de que esto puede abrir otro tipo de posibilidades ventajosas en planos diversos), una sociedad consumista e inmediatista, etc. Continuando con la metáfora naútica, el mar está “picado”...

También hay factores sociales y económicos que tienen importancia: De hecho, el momento en el que un joven se inserte al mercado laboral, así como las condiciones en las que lo haga, inciden en la vivencia de la propia vocación. En este sentido, tratar de asegurar la posibilidad que los jóvenes tienen de tomar elecciones sobre sí mismos, sin coerciones socioeconómicas, ayudaría enormemente a defender y consolidar su libertad, entendida como despliegue de sus propias capacidades: es un derecho que hace a su calidad de vida efectiva. Los adultos (primeramente, familiares, educadores, psicólogos, acompañantes espirituales, líderes sociales, etc.) tenemos una importante responsabilidad en este sentido, especialmente respecto a los jóvenes más pobres y desfavorecidos. ¿Acaso estos últimos no tendrían “vocación” que realizar, talentos que desarrollar...? Definitivamente, la orientación vocacional no debe ser una comodidad de privilegiados a la hora de elegir un estudio superior.

En primer lugar, es conveniente descomprimir (incluso para poder tomar mejores decisiones!), y apreciar mejor el panorama global: No hay una “vocación” congénita, desligada de la propia historia, de las propias circunstancias, de la propia familia y la propia sociedad... Tampoco se está obligado a tomar una decisión sin posibilidad de discernimientos posteriores: Siempre se podrá revisar la decisión tomada, ampliar un trayecto académico-laboral con otras formaciones complementarias, manejar los tiempos, etc. En definitiva, ni es tan indescifrable, ni es tan determinante...

Sin embargo, aunque no se juegue la vida entera en una decisión laboral o académica, es claro que es una decisión de peso (para muchos jóvenes, la primera decisión de peso). En consecuencia, conviene encararla en conciencia y con seriedad, como siempre ocurre cuando tomamos decisiones con libertad.

Algunos criterios que pueden ayudar para una consideración amplia de la orientación vocacional asociada a la construcción del propio proyecto de vida (en la alegoría “marítima” que venimos utilizando, hay que calmar el mar, para ver mejor el horizonte, aún sabiendo que este último se puede ir corriendo para seguir avanzando):
- Tomar conciencia del discernimiento vocacional primeramente como un espacio de libertad, y, por lo tanto de autorrealización, de construcción del propio proyecto de vida. Si bien puede haber una comprensible carga de angustia, es conveniente que los jóvenes se “apoderen” de esta posibilidad, que se “apropien” de esta valiosísima oportunidad...
- No se improvisa el manejo gozoso y responsable de la propia libertad. Parecería conveniente, ir preparando el terreno con ensayos previos de ejercicio de la libertad, en campos de menor trascendencia relativa... También es posible educar en la propia libertad, educar en aprender a tomar decisiones, a ganar y perder, arriesgar y confiar...
- Una opción determinada en el campo académico-laboral debe estar inscripta en un horizonte mucho más abarcativo y fundamental que es el del propio proyecto de vida: Antes de preguntarse “¿Qué voy a hacer?” o “¿Qué quiero tener, conseguir?” parecería bueno comenzar a preguntarse de antes “¿Cómo quiero vivir? ¿Voy a vivir para trabajar? ¿O voy a trabajar para vivir? ¿Por dónde pasa mi felicidad? ¿Cómo entran la ética, la espiritualidad, la fe, en este punto? ¿Qué familia quiero construir? ¿Cómo imagino mi vida de acá a 5, 10, 15 años?” Nuevamente, las respuestas a estas preguntas ni se improvisan ni son terminantes... Si bien siempre puede haber reelaboraciones, discernimientos posteriores, profundizaciones, es conveniente que estos planteos se presenten ya en la adolescencia.
- Saber escuchar las voces de aquellas personas que nos quieren bien, que nos vieron crecer (familiares, amigos, educadores): siempre tenemos necesidad de ampliar las miras. Sin embargo, la propia voz nunca debe ser dejada de lado: En el barco de la propia vida, hay tripulación, gente que nos despide o espera, pero el capitán es uno.
- Valorar el trabajo, como dimensión central del hombre: La posibilidad de transformar el mundo con el propio trabajo, “humanizarlo”, servir al prójimo mediante la actividad laboral, es un rasgo propio y específico del hombre, bueno en sí mismo (Gn. 1,29; 2,15). Es necesario plantearse cuándo y cómo se insertaría uno en el mercado laboral. Esta consideración también ayuda a clarificar la inevitable dimensión económica y remunerativa, justa y necesaria, que implican la especialización y la moderna división social del trabajo, sin descuidar la dimensión del compartir, repartir y distribuir.
- Un trabajo no es un hobbie, un hobbie no es un trabajo. Es importante tener presente que ciertas actividades van a ocupar una gran parte del propio tiempo, de forma habitual, por lo que uno no debe sentirse incómodo ante la perspectiva que uno elija... ni debe pretender que el propio trabajo esté exento de esfuerzo, paciencia, tenacidad... Por otro lado, se abre la posibilidad liberadora de considerar al tiempo de ocio creativo para desarrollar habilidades y facetas de uno mismo que la actividad laboral no siempre permite desplegar, deporte, tareas de voluntariado al servicio de la comunidad, etc.
- No despreciar las oportunidades laborales que la vida puede presentar (a veces, insospechadamente) para poner en juego otros intereses o habilidades, no directamente relacionados con el propio estudio superior.

En el sentido más estrecho de la “orientación vocacional”, asociada a una opción académico-profesional, es importante tener presente dos aspectos específicos: Siempre en clave “náutica”, vamos a identificar el plano de “mi propia embarcación” y las “cartas de navegación”:

El plano de “mi propia embarcación”: en este primer momento, es conveniente profundizar en el autoconocimiento, en el “re-conocimiento” de uno mismo. Esto es de suma importancia, ya que si bien uno puede cambiar de actividad... no puede cambiar la propia persona! Es recomendable comenzar esta tarea cierto tiempo antes de tener que tomar una decisión particular, antes de ponderar opciones concretas, ya que no es cuestión de responder ligeramente sobre ciertos puntos muy importantes...
- Facilidades y predisposiciones personales: ¿Qué tipos de inteligencias he podido y tengo interés de desplegar y desarrollar aún más[1]? ¿Qué tipo de actividades (escolares o no) me “salen” sin esfuerzo? ¿En qué materias obtengo comparativamente mejores resultados? ¿Qué “talentos” descubro en mí? Una actividad laboral no debe ser “imposible” para uno...
- Gustos: ¿Hacia dónde se dirigen espontáneamente los deseos, las “ganas” de hacer algo? Una actividad laboral no debe ser “intolerable” para uno... Este punto es distinto al anterior, pero lo complementa.
- Intereses: Más allá de mis “ganas” espontáneas, ¿hay alguna opción de fondo en mi vida? ¿Hay algún modelo y/o alguna persona concreta que haya impactado en mí?
- Valores asumidos y proyecto de vida:¿Qué valores son centrales e “innegociables” en mi vida? ¿Cómo voy a compatibilizar mis tiempos laborales y familiares? ¿Qué tanto valoro el “reconocimiento social”?
- Expectativas económicas: Uno debe ser consciente de las propias aspiraciones económicas, con criterio realista. ¿Qué nivel de vida, qué confort deseo alcanzar? ¿Qué sería necesario para mí y mi familia y qué sería accesorio? ¿Debe uno solo sostener la propia familia? ¿Es aceptable sumar el ingreso de la pareja y compartir el mantenimiento del hogar?
- Ámbito de trabajo, rutinas: ¿Se prefiere un trabajo previsible y sistemático? ¿O uno que requiera creatividad, o acompañar situaciones nuevas día a día? ¿Estaría uno dispuesto a trabajar en espacios abiertos/cerrados? ¿Estaría uno dispuesto a mudarse a otra localidad del país o del exterior?


El sondeo del mar abierto, con las cartas de navegación: Cuando ya se tienen un poco más claras algunas respuestas a las preguntas relativas a “la propia embarcación”, y sin olvidar que la carrera es sólo un aspecto a conjugar con las otras dimensiones de las elecciones vocacionales, pueden comenzar a sondearse las distintas posibilidades que brindan las diversas carreras que pueden elegirse, atentos a los “ecos” que nos lleguen de vuelta, relativos a la formación teórica, el título habilitante, etc.:
- Objetivos de cada carrera: ¿Qué valores intentan formarse en los graduados de cada carrera? ¿Qué fines se buscan, explícitamente e implícitamente?
- Plan de estudios: ¿Qué capacidades personales son requeridas en los alumnos? ¿Qué materias habrá que estudiar (tratar de indagar más allá del nombre de las asignaturas, llegando a cierto detalle sobre los contenidos de las mismas)? ¿Qué orden propone el plan de estudios? ¿Hay ramas u orientaciones? ¿Cómo están dispuestas las correlatividades y/o equivalencias? ¿Qué orientación ideológica y/o profesional está presente? No olvidar los estudios terciarios no universitarios (profesorados, tecnicaturas, etc.), los oficios, las “carreras cortas”, ni los títulos “intermedios” (que posibilitan articulaciones posteriores para alcanzar otros títulos superiores)
- Dónde estudiar: ¿Universidad tradicional, prestigiosa, accesible,...? ¿Universidad pública o privada? Si es privada, ¿laica o confesional? ¿Cuáles son los valores, las ideologías, etc. defendidos por esa institución particular? ¿Cómo son los graduados de la misma? Considerar seriamente, y con criterio de realidad, las posibilidades de las finanzas familiares para sostener durante 4, 5 ó 6 años una carrera terciaria (materiales de estudio, eventuales cuotas, etc.).
- ¿Qué tendencias pueden apreciarse en los últimos años en torno a las distintas carreras? ¿Qué perspectivas se insinúan a futuro? ¿Hay algún tipo de facilidades (becas, incentivos, políticas públicas) para determinadas carreras?
- Salida laboral: ¿Cuáles son las actividades posibles de realizar en los últimos años de la cursada? ¿Y recién graduados? ¿Y en el mediano plazo? Sin ser el aspecto más importante, y con lo difícil que es estimar el futuro, uno debe ser consciente de las propias aspiraciones económicas y estar al tanto del mercado laboral en cuestión: ¿Hay mucho desempleo en la actividad y/o precariedad laboral? ¿Cómo son las remuneraciones?
- Entrevista con un profesional (o alguien comprometido con la actividad laboral en cuestión): ¿Cuál fue el origen histórico de la actividad? ¿Cuál es la función social actual de la misma? ¿Cómo es una jornada típica de trabajo? ¿Hay algún tipo de actualización y/o formación permanente? ¿Cuáles son los criterios éticos que hacen a la buena “práctica profesional”? ¿Cómo se regula el ejercicio laboral?

Las decisiones vocacionales podrán ser mejor elaboradas con estos elementos chequeados, y así se podrá llegar más probablemente a buen puerto... quizás puertos provisorios… que nos animen a seguir ampliando nuevos horizontes, buscando nuevos puertos…

Eventualmente, hay especialistas focalizados en los procesos de orientación vocacional[2]. En este sentido, las “técnicas” vocacionales (adecuadamente insertas en todo un proceso de acompañamiento específico) y fundamentalmente la escucha que se abre en los espacios de “orientación vocacional” pueden sumar elementos al discernimiento... Sin embargo, por involucrar la libertad y la responsabilidad personal, no debe perderse de vista la centralidad del sujeto en este momento privilegiado de construcción de sí mismos que es la elección vocacional.



Rafael Tesororafaeltesoro2@yahoo.com.ar
[1] Howard Gardner ha sabido presentar el paradigma de las “inteligencias múltiples”, ampliando el concepto de inteligencia más allá de lo lógico-matemático.
[2] En varios puntos del país, existen Facultades de Psicología y centros de Salud Mental que, en términos de prevención, facilitan gratuitamente instancias de acompañamiento para el discernimiento vocacional.

¿Qué es Responsabilidad Social Empresaria (RSE)?

¿Qué es Responsabilidad Social Empresaria (RSE)?

Siguiendo la tendencia cada vez más presente en las sociedades contemporáneas, que demandan ética en sus diversas capas, las empresas también han visto redefinido el rol que tradicionalmente se les asignaba. En las modernas sociedades capitalistas, surgieron las empresas (con variado formato jurídico, como “sociedades anónimas”, “sociedades de responsabilidad limitada”, etc.) como “personas jurídicas”, es decir, personas de “existencia ideal”, a diferencia de las personas físicas, o de existencia visible. A ambos tipos de personas se les reconocieron derechos y deberes (no necesariamente los mismos). Ahora bien, si contemporáneamente a los ciudadanos se les pide que profundicen en su conciencia social y su capacidad de responder éticamente, a las empresas también se les pide que tengan un proceder socialmente responsable, aún sin abandonar la búsqueda de beneficios económicos.

En efecto, tradicionalmente se contempló la realización (y maximización) del beneficio empresario como el fin exclusivo de la firma capitalista, sin contemplar otros aspectos. Sin embargo, esta visión reducida está siendo cuestionada hoy en día[1]:
Un primer cuestionamiento pasa por la remuneración justa y necesaria a los factores productivos, especialmente el trabajo: el salario de los trabajadores no es sólo un “costo” más para la empresa, ya que en la medida que la empresa abre oportunidades de empleo y de inversión encuentra su justificación económica intrínseca.
Un segundo cuestionamiento pasa por la finalidad económica externa: En la medida que se producen bienes o se proveen servicios necesarios para la sociedad, la empresa también es de interés para otros sujetos, frente a los que debe responsabilizarse.
Sin embargo, hay algunos cuestionamientos más recientes en torno a la dimensión social de la empresa, a la que también debe dar respuestas: a la empresa no sólo le corresponde preservar valores humanos fundamentales de sus integrantes, sino que hasta debe buscar su pleno desarrollo.
Este deber de responsabilidad social de la empresa incluso se hace extensivo a la comunidad de la que forma parte, y sobre cuyas bases sociales y humanas se sustenta su misma existencia.

Así, hoy en día, se entiende que al fin principal de búsqueda de lucro, debe agregársele la respuesta explícita que da la empresa a los condicionamientos éticos que hacen a su accionar en los planos social, ambiental, etc. (El “triple resultado” o los “tres pilares”: en inglés: “people, planet, profit”): Los “balances” ya no son sólo económico-patrimoniales.

¿Por qué la empresa debe responder socialmente, ambientalmente, etc.? En primer lugar, por un criterio elemental de ética: Con su presencia, los otros seres humanos nos cuestionan y nos interpelan, especialmente el pobre, el abandonado, el que está en peligro... Se nos impone, inevitablemente, dar una respuesta. Es bueno, nos hace bien, nos hace crecer en humanidad hacernos cargo de aquello en lo que se puede ayudar, y la especialización en la que toda empresa (grandes y pequeñas) se basa, las ubican en un lugar relevante para colaborar en determinadas iniciativas de su entorno. De hecho, las empresas siempre reconocen planteos éticos cuando definen su visión, su misión, sus valores, etc. Y cada vez es mayor la presión por parte de consumidores, vendedores, proveedores, inversores, trabajadores, reguladores, medios masivos, académicos, la comunidad en general, para que se incorpore una mirada más ética a la administración y gestión de las empresas. La calidad de vida se vería mejorada significativamente si todos, individuos e instituciones, prestamos atención a esos “pequeños grandes gestos” que hacen la diferencia...

En segundo lugar, también hay algunas razones de conveniencia económica para que las empresas sean socialmente responsables, condicionando la manera en que la empresa busca el logro de sus objetivos:
La mayor satisfacción de los trabajadores incrementa su sentido de pertenencia y su productividad, así como su propio comportamiento ético.
La imagen corporativa y la reputación se ven fortalecidas: cada vez más frecuentemente los consumidores son llevados hacia marcas y compañías consideradas por tener una buena reputación social y ambiental. También importa en su reputación entre la comunidad empresarial, incrementando así la habilidad de la empresa para atraer capital y asociados, así como para atraer y retener los empleados dentro de la empresa.
Mejoran las relaciones con diversos agentes particulares y con la comunidad en general, en un contexto de creciente conciencia social y educación.
La globalización y las fuerzas del mercado también son un condicionante, desde el momento que las empresas socialmente responsables ven facilitada su inserción a nivel global.
Sustentabilidad en el tiempo para la empresa y para la sociedad, dado que la RSE fortalece el compromiso de los trabajadores, mejora su imagen corporativa y la reputación de la empresa, entre otros.
Un mejor manejo en situaciones de riesgo o de crisis, ya que se cuenta con el apoyo social necesario, lo que permite ganar seguridad en el largo plazo y reducir la incertidumbre;
Rentabilidad de sus negocios o performance financiera: se refiere a la relación entre prácticas de negocio socialmente responsables y la actuación financiera positiva. Se ha demostrado que las empresas fieles a sus códigos de ética resultan de una performance de dos a tres veces superior respecto a aquellas que no los consideran, de esta forma las compañías con prácticas socialmente responsables obtienen tasas de retorno a sus inversiones muy superiores a las expectativas.
Reducción de costos operativos: Son múltiples las iniciativas que logran reducir costos a las empresas, principalmente del área ambiental, como lo es el reciclaje, que genera ingresos extras.
Beneficios Fiscales: El Estado incentiva de esta manera el compromiso social de las empresas
Acceso al Capital: Las compañías que demuestran responsabilidades éticas, sociales, y medioambientales tienen acceso disponible a capital, que de otro modo no hubiese sido sencillo obtener.

Finalmente, la regulación estatal también es un factor que ayuda a la mejor Responsabilidad Social Empresaria. Las fallas de mercado justifican la presencia de la autoridad pública para asegurar la asignación de ciertos recursos, las buenas prácticas, etc. En este sentido, el cumplimiento con los estándares mínimos de calidad (relativos a los procesos y los productos) en los bienes y servicios ofrecidos, la lealtad y veracidad en la información contable, la correcta relación con las otras firmas presentes en el mercado, la legislación laboral y las normativas relacionadas con el medio ambiente son el “piso” de la RSE, el punto de partida de la misma.

Mäs allá del piso ético “elemental” exigido por las leyes y las regulaciones estatales, la Ética aplicada a las empresas manifiesta algunas aplicaciones. Sin pretender agotar el espectro ético de la empresa, podemos proponer un “decálogo”:
Servir a la sociedad con productos útiles y en condiciones justas.
Crear riqueza de la manera más eficaz posible.
Procurar la continuidad de la empresa y, si es posible, lograr un crecimiento razonable.
Afianzar el “Buen Gobierno”: Legitimidad de la conducción, de acuerdo a la ley de sociedades. Equidad distributiva (distribución de dividendos, fijación de sueldos, premios). Responsabilidad social corporativa (voluntariado, apoyo al bien público, protección al medio ambiente)
Fortalecer el “Capital Social” (relacionado con el trabajo en equipo): Colaboración, esfuerzo mutuo, compartido. Construcción de redes, lazos comunicativos directos. Transparencia en mensajes e intenciones (Confiabilidad, credibilidad, expectabilidad).
Consolidar el Desarrollo Humano (respeto a la Dignidad Humana, expresada en los Derechos Humanos) en la empresa: Igualdad de oportunidades. Condiciones de trabajo dignas que favorezcan la seguridad y salud laboral y el desarrollo humano y profesional de los trabajadores. Trato correcto entre empleadores y empleados.
Respetar el medio ambiente evitando en lo posible cualquier tipo de contaminación minimizando la generación de residuos y racionalizando el uso de los recursos naturales y energéticos.
Además de cumplir con rigor las leyes, reglamentos y normas, respetando los legítimos contratos, atender a la cultura y las costumbres de la zona, tener presentes los compromisos adquiridos, etc.
Relación correcta con el sector público, buscando colaboración sin obsecuencias, guardando la distancia prudente sin impedir que funcionen las instituciones.
Cooperar con otras firmas, buscando generar y aprovechar externalidades positivas para todo el sector de la actividad (especialización de proveedores, del mercado laboral, difusión del conocimiento, etc.)

Más allá de los grises que se pueden apreciar en las experiencias que van consolidándose, es innegable que se están poniendo en discusión las funciones, los roles y los estilos de la gestión de una institución clave en nuestro modo de vida, como es la empresa. Siempre será saludable salir al encuentro de los nuevos problemas, reflexionar sobre la naturaleza de los procesos cotidianos que se dan al interior de la misma, y considerar integralmente los resultados alcanzados.

Rafael Tesororafaeltesoro2@yahoo.com.ar
[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Empresa

¿Qué es el “Capital Social”?

¿Qué es el “Capital Social”?
(Adaptación de Kliksberg, B., Sen, A., Primero la Gente, Ed. Temas, Bs. As., 2009)

Durante demasiado tiempo, se ha considerado que la economía (como ámbito de la realidad y/o como la ciencia que lo estudia) era algo desligado de otros enfoques, de otras miradas... Así, encerrada en marcos teóricos dogmáticos y rígidos modelos matemáticos, la economía no era permeable a planteos políticos, relaciones sociales, críticas filosóficas, cuestionamientos éticos, etc. Aún reconociendo cierta autonomía a la economía, nunca se debió llegar al autismo exhibido por algunos técnicos y especialistas en la materia, despreciando el diálogo y los aportes multidisciplinares que tanto pueden enriquecer.

Las recetas estandarizadas en los centros del poder económico global, repetidamente aplicadas en la Argentina en forma acrítica, descuidaron la competitividad externa de la economía y privilegiaron la liberalización financiera, buscando asegurar las ganancias de corto plazo de capitales especulativos y alterando las prioridades socio-económicas. Esto llevó a la larga a las terribles consecuencias que todos recordamos[1]: 21,5% de trabajadores desocupados en mayo de 2002; en octubre de ese año, el 27,5% de la población urbana bajo la línea de indigencia (sin llegar a cubrir con sus ingresos propios el valor de una canasta alimentaria básica), mientras que el 57,5% de la población urbana estaba bajo la línea de pobreza, 12 menores de 5 años morían por desnutrición por día en 2003[2], y demás.

Como “el árbol se reconoce por sus frutos” (Mt.7,15-20), se evidencia la necesidad de revisar las premisas y la dinámica de una economía que no ha puesto a los bienes materiales (es decir, su producción, distribución, intercambio y consumo) al servicio del ser humano y bajo el control del mismo. En la medida que el trabajo decente del hombre queda socialmente relegado, no se reconoce su valor y dignidad, un sistema económico no cumple con sus fines propios. Es interesante comprobar cómo hasta las grandes tradiciones religiosas (tan variadas en cuanto a sus “ropajes” culturales) coinciden con estas intuiciones y otros planteos similares[3]: la aplicación de principios éticos rectores, la existencia de riesgos muy importantes en el funcionamiento actual de la economía mundial, la necesidad de reglas éticas para la globalización, la protección de los derechos económicos y sociales, la destinación universal de los bienes, una opción prioritaria por los pobres, etc.

Lo ilustra muy bien Lourdes Arizpe: “...La teoría y la política del desarrollo deben incorporar los conceptos de cooperación, confianza, etnicidad [respeto por las culturas], identidad, comunidad y amistad, ya que todos estos elementos constituyen el tejido social en que se basan la política y la economía. En muchos lugares, el enfoque limitado del mercado basado en la competencia y la utilidad está alterando el delicado equilibrio de estos factores y, por lo tanto, agravando las tensiones culturales y el sentimiento del incertidumbre...” [4]

Ahora bien, si las economías capitalistas le otorgan centralidad a la libre disposición del propio capital, hoy se hace necesario reconsiderar a esos activos que se acumulan y se invierten para producir un futuro mejor... Según Bernardo Kliksberg[5], se identifica actualmente la existencia de cuatro grandes tipos de “capital” (ampliando la concepción estricta de la palabra):
el capital natural, constituido por la dotación de recursos naturales,
el capital construido por la sociedad, como las infraestructuras, la tecnología, el capital comercial, industrial, financiero, y otros,
el capital humano integrado por los niveles de salud y educación de la población, en la medida que la hace más “competente”, y
el capital social, relacionado con distintos factores extraeconómicos (todos vinculados con la cultura) que pesan fuertemente en el desempeño de los países en términos de progreso económico y tecnológico y en la sustentabilidad del desarrollo.
El capital social tiene la más alta relevancia para el desarrollo y la democracia, y tiene por lo menos cuatro dimensiones (que brotan de “pisos culturales” sistemáticamente cultivados):
El clima de confianza en las relaciones interpersonales y en las instituciones. Cuando se da este clima, se gana agilidad y fluidez en la toma de decisiones y en su ejecución. Cuando no hay un grado significativo de confianza, hay costos en tiempo y en recursos destinados a seguridad (policías, abogados, etc.).
La capacidad de asociatividad. Desde la simple cooperación vecinal, hasta una compleja concertación nacional sobre el modelo de desarrollo[6], siempre es útil generar sinergias, proyectos a escala que permitan aprovechar las ventajas asociadas, las externalidades positivas, etc. La cohesión social, tan necesaria, se ve beneficiada por este rasgo cultural. Por ejemplo, nuestro país ha sabido desarrollar un rico movimiento de cooperativas, con importantes beneficios, cuya tradición todavía está presente y es apreciada.
La conciencia cívica, el civismo: incluye el cuidado de los bienes públicos, la responsabilidad tributaria, el debate, la participación en las decisiones de políticas y de gestión, por medios más tradicionales o más innovadores[7], la supremacía del interés general (el “bien común”) por sobre el particular, el grado de conciencia colectiva, etc.
Los valores éticos predominantes en una sociedad. La calidad de vida de una comunidad se ve potenciada cuando se hacen presentes la responsabilidad, la solidaridad, la justicia (incluyendo sus dimensiones distributivas y sociales), la paz, el respeto por el prójimo, el cuidado de sus derechos... En este sentido, los modelos económicos ortodoxos, con sus presupuestos individualistas y moral egocéntrica, ha tenido consecuencias culturales negativas muy importantes, además de los efectos propiamente económicos de las políticas inspiradas por ellos.

Estudios recientes[8] muestran que el capital social incide en las tasas de crecimiento económico, mejora la gobernabilidad democrática, incide favorablemente en la calidad de los servicios públicos y el nivel de las escuelas y aumenta la esperanza de vida.

Similarmente, otros estudios[9] muestran que los valores cívicos y políticos tampoco son ajenos al desempeño económico: las economías de los países democráticos (el régimen político más asociado a la noción de capital social) logran un crecimiento más predecible en el largo plazo, mientras que en el corto plazo son más estables. Además, manejan bastante mejor los shocks adversos y llevan a mejores resultados distributivos.

Adicionalmente, el capital social (al igual que el capital humano) puede ser compartido y, desde cierto punto de vista se “auto-genera”; es decir, tiene la rara propiedad de romper con la lógica de la escasez (donde los bienes se consumen con su uso), característica de los planteos económicos convencionales: Cuánto más se pone en juego, más se consolida; la manera que tiene una comunidad de “acumular” capital social es ponerlo en circulación y al servicio del conjunto de sus mismos integrantes.

Pero, ¿Cómo se construye capital social, cómo se lo genera? En primer lugar, con cultura y educación. Las políticas públicas y las iniciativas sociales dirigidas a estos campos, lejos de ser meros “gastos”, son una verdadera “inversión” e incluso derechos de la población en la medida que los valores éticos y culturales son fines en sí mismos al volver al mundo más “humano”, al “humanizar la vida del hombre”. A su vez, cuando el capital social es activado y es puesto en funcionamiento (especialmente, cuando establece “puentes” entre grupos sociales heterogéneos) refuerza los valores culturales y las reservas morales de los que se nutre, en un auténtico círculo virtuoso.

Para concluir, parecería que un desempeño económico exitoso y duradero no es tanto la causa, como la consecuencia de una mejor calidad de vida, expresada en una preocupación genuina por el otro, la confianza, la voluntad de inclusión social y la presencia arraigada de los valores cívicos, éticos y culturales.


Rafael Tesororafaeltesoro2@yahoo.com.ar
[1] www.indec.gov.ar
[2] En 2009, esta cifra se redujo significativamente a 8 por día. Aún así, todavía queda mucho por hacer... El hambre es un crimen en un país como el nuestro con capacidad para producir alimentos para 400 millones de personas.
[3] Kliksberg, B., Sen, A., Primero la Gente, Ed. Temas, Bs. As., 2009, Pág. 335 -341
[4] Arizpe, Lourdes, La cultura como contexto del desarrollo, en Emmerij, L. Y Del Nuñez del Arco, J. (comp.), El desarrollo económico y social en los umbrales del siglo XXI, VID, Washington DC, 1998, pp. 191-197.
[5] Kliksberg, B., Sen, A., Primero la Gente, Ed. Temas, Bs. As., 2009, Pág. 263 -265
[6] La capacidad de asociatividad fue determinante en el desarrollo político de diversos países, por ejemplo, los casos de España y Chile.
[7] Las modernas Tecnologías de Comunicación e Información (TICs) están inaugurando una nueva dimensión del civismo, el “civismo digital”, es decir, la informatización de la gestión pública y la participación ciudadana.
[8] Kliksberg, B., Sen, A., Primero la Gente, Ed. Temas, Bs. As., 2009, Pág. 265
[9] Rodrik, D., Institutions for high-quality growth: What they are and how to acquire them. Harvard University. Octubre 1999.