sábado, 10 de marzo de 2012

Del voluntariado... a la militancia..?

En varias experiencias educativo-pastorales, los jóvenes pasan a asumir progresivamente diversas responsabilidades; de ser meros destinatarios a ser co-laboradores. Se estimula la formación de comunidades juveniles donde los mismos jóvenes sean responsables y sujetos activos de su conducción. Este camino de paulatina co-implicación, sin que genere cargas prematuras o excesivas, también suma a la formación personal y el despliegue de las propias capacidades.

En la experiencia y tradición salesianas ya está contemplado el protagonismo de los jóvenes: no son sólo receptores, sino sujetos activos: el mismo Don Bosco tuvo que encontrar rápidamente en su propio Oratorio aquellos jóvenes que serían sus colaboradores y seguidores más comprometidos, llegando algunos incluso también a la santidad...

En efecto, variadas son las formas en que el voluntariado juvenil puede hacerse presente: realización de actividades solidarias y asistenciales, animación de actividades deportivas, recreativas y de tiempo libre, campamentos, escultismo, apoyo escolar, prácticas artísticas, culturales, etc. En todas estas tareas puede iniciarse un camino que no sólo aleje a los jóvenes de los peligros que pueden correr en ambiente descuidados (lo que ya es bastante meritorio), sino que se pueden aportar, con intencionalidad educativa, elementos positivos, constructores de su personalidad, y también introducir una primera experiencia de anuncio evangelizador. También tenemos las “nuevas presencias” a las que impulsan el ingenio, la decisión y el amor puesto en obras (nuevos espacios, nuevos tiempos), chicos en situación de calle, oratorios nocturnos, etc. Por supuesto, también hay experiencias de grupos misioneros, formación religiosa más explícita, profunda, o detallada, etc.

Sin embargo, es posible que haya algunos jóvenes que sientan el llamado a una “misión” en otros ambientes que también reclaman participación por parte de ellos, aparte de sus actividades académicas y/o laborales habituales. Me refiero a otras actividades que suelen exceder el ámbito salesiano (como puede ser la participación en la parroquia de la propia jurisdicción territorial, o en el servicio en equipos de responsables de la diócesis). Y, desde luego, también pueden sentirse llamados a actividades no “eclesiales” como tales (aunque no dejen de ser portadoras de semillas del Reino, claro está), como puede ser la solidaridad en la vida de la propia comunidad barrial (los numerosos comedores comunitarios son un buen ejemplo).

Creo que no es un aspecto a dejar de lado; por el contrario, hay que tener presentes estas posibilidades como ocasiones para que el joven formado y educado por la comunidad sea “enviado” generosamente por la misma (y sea sostenido, acompañado, etc., al menos durante un tiempo).

Asimismo, puede haber “envíos” a los que el joven se sienta llamado, que los involucran en problemáticas más estructurales, o incluso genera una dimensión de “militancia” en su actitud personal... envíos en los que una comunidad educativo-pastoral también debe acompañar con idénticas seriedad y actitud generosa: la cercanía con otros jóvenes concretada en la participación en centros de estudiantes en colegios secundarios y/o Universidades, la solidaridad con los compañeros de trabajo expresada en un compromiso gremial o sindical, la militancia (y formación) en un partido político, la participación en organizaciones no gubernamentales ni partidarias a favor de un mayor compromiso cívico, o a favor del medio ambiente. También hay instituciones sin fines de lucro animadas básicamente por un deseo compartido de mayor justicia y paz en la sociedad. No faltan tampoco las asociaciones movilizadas por la problemática de género, o por la experiencia cotidiana de los consumidores y usuarios, o aquellas preocupadas por el respeto y promoción de los pueblos originarios y sus culturas.

Si bien algunas veces los jóvenes no pasan de un interés que vaya más allá de los comentarios en las redes sociales, u otras formas de participación que permite la web 2.0, debemos alentar una mayor concientización, la toma de opciones, el compromiso, etc. Naturalmente, hay ciertas problemáticas que por su propia naturaleza reclaman una definición ideológico-política concreta, una partición respecto de los grandes valores que sostienen el esfuerzo compartido por el bien común. Es que mientras el voluntariado puede limitarse a tareas asistenciales que no demanden un posicionamiento político determinado, al involucrarse en la transformación en las estructuras políticas y/o económicas de nuestra sociedad, dicho posicionamiento es inevitable y es hasta un deber que sea hecho de forma transparente y explícita. En este tipo de orientaciones particulares, las instituciones educativo-pastorales no deben comprometerse como sí deben hacerlo en un sentido más amplio y abarcador. Pero esto no quita la necesidad de mostrar la posibilidad de una militancia concreta a los jóvenes que en ellas se forman.

En este sentido, quizá todavía debemos recuperar el valor de la participación y la formación en los partidos políticos, auténticas “instituciones fundamentales del sistema democrático”, a casi 30 años del fin de la dictadura cívico-militar. Muchos ciudadanos, con un interés genuino y loable, ponen recursos, tiempo, talentos, pensamiento, materiales, etc. a disposición de otros ciudadanos en los barrios, en las bases que se constituyen en los diversos locales partidarios. Es posible que ciertos requerimientos de esfuerzo militante reclamen algún tipo de remuneración (lo que puede ayudar a esa mala imagen de los partidos políticos); en estos casos, que también marcan otra diferencia respecto del trabajo voluntario, deben estipularse claramente el trabajo, los montos a pagar, las condiciones de contratación, etc., para bien de todos.

No olvidemos que las experiencias de voluntariado suelen ser auténticas escuelas de liderazgo y de formación de dirigencia. Según Bernardo Kliksberg, el prestigioso asesor especial de la ONU, “el voluntariado es un constructor de capital social. La experiencia voluntaria es un fortalecedor neto y casi insustituible de los valores éticos positivos y del civismo (...). Schervish, Gates y Hodgkinson (1995) muestran en Estados Unidos cómo cuando los niños y jóvenes participan en actividades voluntarias o tienen padres que lo hacen, aumentan considerablemente las posibilidades de que se conviertan en adultos socialmente responsables”. Kliksberg reseña que “Howard y Gilbert (2008) analizaron grupos de voluntarios más activos de asociaciones y voluntarios menos activos. Concluyeron que los más intensamente involucrados en asociaciones voluntarias tenían más participación política, mayor satisfacción en la vida, y eran más confiables que los pasivos”. Además, la vida de cada persona se hace más plena en la medida que participa y se involucra en la comunidad, aumentando su sentido de pertenencia a la misma e incrementando la autoestima. Ya el libro de los Hechos recordaba un dicho de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir”...

No debería resultar tan extraña la asociación o transición del voluntariado a la militancia. De hecho, los significados de estas palabras se remiten mutuamente en cierto sentido: En principio, el voluntariado refiere inicialmente al “alistamiento voluntario para el servicio militar”, derivando luego en el sentido más amplio de “conjunto de las personas que se ofrecen voluntarias para realizar algo”. Coincidentemente, si bien “militar” es primariamente “servir en la guerra”, también significa “figurar en un partido o en una colectividad; (…) favorecer o apoyar cierta pretensión o determinado proyecto”. En ambas palabras están presentes las connotaciones de servicio y de lucha...

Todavía más: Hasta hace no demasiado tiempo, y con una concepción que tiene que ser rectamente entendida, se hablaba de “Iglesia militante”...: Los cristianos que hemos completado a conciencia un camino de iniciación en la fe, que hemos confirmado nuestro Bautismo... también tenemos que estar dispuestos a jugarnos por Jesús, dar un testimonio valiente de Él y pelear nuestro “buen combate”, como refiere Pablo (2 Tim. 4, 7)...

Verdaderamente, un camino formativo que se proponga un compromiso con el Reino no puede desconocer que los adolescentes son laicos (en términos vocacionales). Por lo tanto, empezando por hacer aflorar lo positivo de todo joven, hay que prepararlos para que se asuman poco a poco como “mujeres y hombres de la Iglesia en el corazón del mundo”. Esto es una consecuencia natural de una fe puesta al servicio del mundo actual. Y debería estar muy claro en la conciencia de los jóvenes (y de los educadores) que el hecho de asumir algún tipo de militancia en otros proyectos no debería implicar necesariamente un distanciamiento afectivo con sus formadores o compañeros, o una disminución de su identidad cristiana, madurez vocacional, etc.

Sería interesante asumir explícitamente esta dimensión en los proyectos formativos que diseñamos y llevamos a la práctica, tomar una mayor conciencia sobre el potencial de liderazgo y dirigencia que va levando imperceptiblemente en los animadores y colaboradores de los grupos juveniles, obras, estructuras pastorales, etc. Eventualmente, no puede descartarse en el acompañamiento de los jóvenes la propuesta concreta de un compromiso mayor (incluso en experiencias no salesianas)... Formar (y enviar generosamente) jóvenes con valores, capacidades e iniciativa, con experiencia en la gestión y el sostenimiento de procesos y tareas, competentes para organizar y llevar adelante equipos y actividades, puede ser un invaluable aporte de la Familia Salesiana a la sociedad.


Rafael Tesoro
rafaeltesoro2@yahoo.com.ar